Por Fernando Tovar
El atentado contra el delantero futbolista Salvador Cabañas, nos muestra una faceta negativa del deporte, en donde el espíritu de la sumisión a los resultados deportivos, se convierte en pasión fanática, donde se ubica al equipo o rival deportivo, como enemigo acérrimo, al que habrá que vencer dentro o fuera del área deportiva, con los recursos que esten a la mano tal como si fuera una guerra. Mentalidad que contamina incluso a las artes marciales, promovida por presuntos instructores o padres de familia, que no entienden que gracias al rival en turno y no de otra manera, se aprende a aplicar las técnicas aprendidas y por lo tanto a desarrollarse marcialmente, para en su momento lograr los triunfos que tal actitud genera, pues aprovechando la experiencias de las derrotas, se ubican los errores para corregirlos y así en futuras confrontaciones lograr el triunfo. Lo anterior, refleja una de las taras sociales de nuestra cultura, basada en el machismo, proveniente de un complejo de superioridad con bases fascistas. De esta manera, se omite lo mejor de la marcialidad, que es el desarrollo del espíritu a través del respeto al rival en turno para seguir aprendiendo. Mientras tanto, las formas o danzas guerreras, son una magnífica expresión de movimientos de ataque y defensa, que nos muestra el uso de las armas naturales del cuerpo, tales como los puños, los talones, los codos, las rodillas, las palmas de las manos, las falanges, la cabeza, etc. Aplicados en zonas vulnerables como: las costillas, zonas genitales, traquea, articulaciones, ojos, etc. Así mismo, la práctica de estas danzas frecuente, nos mantiene la coordinación motriz vigente y nos ayuda a comprender, movimientos originados hace mas de veinte siglos.
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